Publicado por ELOY el 04/03/2012 13:31:29 hrs.
En
cualquier enciclopedia encontramos nombres de personajes de la Historia tales como
Alejandro Magno, Cervantes, Velázquez...que cada uno en su terreno ocupa el lugar
y el reconocimiento que merece. Otros prohombres no ocupan un sólo lugar porque
son polifacéticos, porque su fantasía creativa se ha difundido, se ha esparcido
en diversos campos del saber, como es el caso de Leonardo Da Vinci, quizás el
más genuino representante de este tipo de heterogéneos artistas, pero no por
más desconocido carece de importancia el griego Herón. Nacido en Alejandría en
el siglo II antes de J.C. fue un importante matemático que inventó la fórmula
que lleva su nombre para el cálculo del área de los polígonos así como el
volumen de los cuerpos sólidos. En el campo de la Física inventó la Dioptra, aparato que
servía no sólo para la nivelación terrestre sino también para la nivelación
astronómica; hizo estudios sobre la reflexión de la luz y la Geodesia; también destacó
en el campo de la
Hidráulica inventando diversos aparatos: bomba contra
incendios y el reloj de agua; la máquina tragaperras y la catapulta neumática
(carabina de aire comprimido?) Escribió diversos tratados de Física y muchas
cosas más que omito por no caer en el tedio de una biografía exhaustiva, pero
sobre todo inventó la Eolípila,
que es el preludio de la máquina de vapor.
La
eolípila ( Fig. 1) en realidad no es más que una caldera metálica de forma
esférica que puede girar sobre su propio eje a semejanza de un globo terráqueo,
pero a diferencia de éste, en su ecuador tiene sendos tubos, diametralmente
opuestos, que comunican con el interior de la caldera y la conexión con el
exterior de estos tubos está orientada en sentido opuesto. Dentro de la caldera
se pone cierta cantidad de agua y por debajo de la misma un fuego que la hace
entrar en ebullición, transformando el agua en vapor, el cual al salir por los
tubos referidos impulsa a la caldera un movimiento de rotación semejante al de
la rueda de un castillo de fuegos artificiales, es decir, crea lo que en Física
se conoce como un par de fuerzas, o dicho en nuestro propio ámbito, un par
motor.
Pues
bien, este singular invento no tuvo aplicación práctica alguna si no fue como
juguete-premio de los escolares aplicados de las familias pudientes de la
antigua Grecia. Durmió el sueño de los
justos durante más de un milenio y medio hasta que Newton, en 1670, observó el
movimiento de la tapa de una olla al hervir y pensó, como Herón, en la fuerza
del vapor de agua.
Inspirándose
en ello creó un ingenio que propulsado por el chorro de vapor que salía también
de una caldera, hacía desplazarse a un carromato, sobre el que estaba
sustentada la susodicha caldera, dando lugar ¡quién lo hubiera dicho entonces!
al principio de la actual navegación aérea: la propulsión a chorro (Fig. 2) También en el siglo XVII el francés Denis
Papin inventó el Autoclave con una válvula que modificaba a voluntad la presión
del aparato, y poco más tarde terminó siendo la primera máquina de vapor con
aplicaciones prácticas; tenía un cilindro en el que entraba vapor de agua y
movía el conjunto émbolo-biela, generando un movimiento de vaivén que una
manivela (cigüeñal) lo transformaba en movimiento rotatorio. En 1711 esta
máquina es modificada por Thomas Newcomen y poco más tarde, 1763, James Watt,
la convierte en lo que sería el germen de lo que se dio en llamar la Revolución Industrial.
(Fig. 3, )
Quizás lector, si todavía eres joven,
hayas visto con extrañeza junto a un cortijo o en extramuros de alguna ciudad,
alzarse al cielo con hierática majestad un tubo de ladrillos coronado por un
nido de cigüeñas: es el tubo de escape, la chimenea, el lamento silencioso y
romántico vestigio de una máquina de vapor que el avance de la tecnología ha
dejado obsoleta, pero todavía es la huella inquebrantable del tiempo, que
persiste con la tímida esperanza de no ser demolida por la mano del hombre,
tantas veces impía, que por un metro
cuadrado de terreno que especular desprecia el arte, se olvida de la Historia y hasta de la Arqueología
industrial. Decía Lao-Tse que es más fácil borrar las huellas del tiempo que
caminar sin pisar el suelo.
Afirma De Castro que en 1543, Blasco de Garay
ideó una máquina de vapor que aplicada a un barco surcó con él las aguas puerto de Barcelona y en 1775
Perrier instaló también una máquina de vapor a un navío con tal fortuna que
hasta la palabra vapor se convirtió en sinónimo de cierto tipo de barcos. (Fig.
4) pero sin lugar a dudas, donde la máquina de vapor adquirió su apogeo, su
mayor difusión y utilidad y hasta su hegemonía, fue con el ferrocarril al usar
el vapor de agua la locomotora de Stefenson (Fig. 5)
Siguiendo
con el proceso evolutivo del vapor y centrándonos en el automóvil, que es lo
que motiva este escrito, en el año de gracia de 1769, Nicolás José Cugnot, a la
sazón oficial de Artillería del ejército francés, adaptó una máquina de vapor a
un cañón con la pretendida idea de sustituir el caballo por este nuevo ingenio
y el invento funcionó, aunque a la vertiginosa
velocidad de ¡3 Km./h! si bien pocos metros más allá de la salida se estrelló
contra un muro rompiéndose la caldera, carromato y cañón, pero pese al
estrepitoso fracaso es de justicia reconocer al Fardier de Cugnot como el primer paso en la génesis del automóvil.
(Fig. 6)
Al comenzar el siglo XIX todavía reinaba
la paz bucólica de los pueblos pequeños en la ciudad inglesa de Camborne. Los
niños jugaban por la calle elevando una cometa o rodando el aro; en un banco del
parque un jubilado tomaba el sol mientras llenaba su pipa de tabaco y en la
lejanía enmudecían los pasos de los caballos que arrastraban un landau.
Richard Trevithick, que habiendo sido
discípulo de Watt, miniaturizó la
máquina de vapor éste y la aplicó a un vehículo hipomóvil, sintiéndose heredero
de la malograda y deslucida idea de Cugnot, pero esta vez sí funcionó con
éxito, consiguiendo en la
Navidad de 1801 pasear a sus amigos por la ciudad, ya a la decorosa
y estimable velocidad de 15
Km/h. El estrépito de las ruedas a esta velocidad, junto
a los resoplidos de la máquina y las nubecillas de vapor y de humo que salían de
la misma, llenaron de estupor y sobresalto al anciano que plácidamente había en
el parque y se le derramó el tabaco; los
niños abandonaron sus juguetes y en algazara partieron alegres tras el extraño
vehículo... Y desde entonces la paz bucólica empezó a desaparecer, no sólo en
Camborne sino en toda la faz de la
Tierra y hasta en el espacio sideral. ¡Había nacido el automóvil ¡
Este intrépido invento fue emulado en
Valladolid por D. Pedro de Ribera en el año 1861 llamando a su vehículo
Castilla (locomóvil Castilla, como lo
llamaban en la época), creando de este modo el primer automóvil español.(Figs.7
y 8)
Con el devenir del tiempo la industria
aprovechó estas experiencias prototipo y las comercializó en Francia, sobre
todo, con el Obeissant de Bollé y después una pléyade de fabricantes: Armand
Peugeot, De Dion-Bouton, León Serpollet...Scout en Inglaterra, Stanley en USA y
hasta Henschel en Alemania, que estuvo fabricando el coche Doble hasta los años
treinta. Y como no podía por menos, también los coches de vapor entraron en el
mundo de la competición, consiguiendo la no despreciable velocidad de más de 200 Km/h. que ni se podía
sospechar en aquellos tiempos.
Como corolario de la máquina de vapor es
preciso decir entre sus ventajas que daba mejor curva de par, era más
silenciosa y ecológica pero por el contrario más pesada, tenía menos reprís, era más sucia y su mantenimiento
más engorroso que el motor de combustión interna, que terminó ganándole la
partida. Pero de éste hablaremos otro día.